Este es el cuento que presenté en la FIL junto con otros escritores de Fábrica Literaria. Me gustaría saber tus comentarios, escríbelos al final del post.
Las gotas de lluvia que resbalaban por la ventana eran un reflejo de las lágrimas de Filic. Acostado a solas mientras el auto lo conducía al cementerio, recordaba con una sonrisa la terquedad característica de su abuelo, quien escogió precisamente ese día para morir.
Filic bien sabía que aún restaban treinta años en la garantía de vida extendida del abuelo, pero fue él quien ya no quiso seguir viviendo en un mundo en donde ya no hay nada que hacer. Ciento veinte años de vivir sin tener un oficio en la vida son un terrible desperdicio, dijo apenas ayer el abuelo cuando relataba, una vez más, las anécdotas de su padre. Historias de otros tiempos en los que las personas trabajaban día y noche con el único propósito de producir cosas. Cosas que luego colocaban en aparadores por las calles de la ciudad y que, al final, ellos mismos volvían a comprar. Era un círculo del que nadie podía escapar.
En cambio ahora, todos son artistas y creativos, músicos e historiadores, dibujantes y escultores, actores y soñadores. Yo no tengo ningún talento, decía el abuelo desde hacía ya varios años. Nos vendieron una mentira, un mundo en donde todos somos creadores, cuando la realidad es que el mundo está lleno de consumidores. La verdad es que no hemos cambiado, decía, seguimos consumiendo y destruyendo.
Filic limpió sus lágrimas cuando el auto le avisó que había llegado a su destino. El abuelo había insistido en aquella tradición de sepultar su cuerpo, a un lado de su padre. El aire se sentía diferente, frío y penetrante. Un lejano recuerdo se asomó entre los aromas del bosque, Filic y su hermano corriendo detrás de un perro color café. Mirando con asombro a los árboles y los espacios abiertos, se preguntó si alguna vez habría caminado por un bosque de verdad. ¿Realidad o simulación? ¡Qué pregunta tan extraña! pensó Filic, dándose cuenta que así ha vivido toda su vida. Nunca, nadie, se hace preguntas, ni siquiera las más sencillas. ¿Cómo llegó esta comida aquí? ¿De dónde vino? ¿Quién la puso aquí? ¿Quién limpió esta habitación? ¿Quién construyó este edificio? ¿Quién manejó este auto?
El abuelo les hablaba de un mundo invisible para las personas, una realidad tangible, escondida detrás de las cortinas. El mundo de las máquinas. Están en todas partes, detrás de las paredes, debajo de la tierra, en el aire y en nuestra sangre. Las máquinas mueven al mundo mientras nosotros seguimos devorándolo.Filic no supo cómo el cuerpo del abuelo había sido colocado ahí, o cómo era que descendía bajo la tierra hasta desaparecer de su vista. Volteando a su alrededor, observó al resto de las personas que parecían acompañarlo en su duelo. Nadie hablaba, o viéndolos bien, nadie ponía atención al entierro. Estaban ahí en carne y hueso, pero sus mentes estaban en otra parte. Conectadas a otros mundos, viviendo aventuras, peleando batallas, disfrutando de placeres, o suspendidas en el nirvana.
Nadie vivía ya en el aquí ni el ahora. Ni siquiera a su hermano, quien también vivió con el abuelo durante más de cuarenta años, parecía importarle. Y ni gritando con todas sus fuerzas pudo lograr que aquellos supuestos asistentes al funeral se dieran cuenta que había salido corriendo, arrancándose la ropa, pisando el pasto descalzo y mojando su cuerpo desnudo. Quienes sí se percataron de él fueron los drones de seguridad, que en menos de un minuto lo rodearon.
A unos cuantos metros, miles de autos se deslizaban a gran velocidad sobre la autopista, sus pasajeros también hipnotizados en otros mundos. Filic sabía que si saltaba a uno de los carriles, los campos de fuerza se lo impedirían. Al igual que el abuelo, ya estaba harto de caminar sin rumbo, de consumir sin razón, de vivir sin hacer preguntas.
No le importó y siguió corriendo, gritando libertad, gritando para escapar de esa vida automatizada, de esa vida sin sentido, de ese mundo basado en una mentira. Pero ni eso pudo lograr, los drones lo detuvieron antes de causar alguna tragedia.
Y sin saber cómo, la mañana siguiente, Filic se levantó de su cama. Había una pregunta en su mente, en la punta de su lengua. En automático se vistió, el desayuno le esperaba en la mesa, y mientras comía, en su cabeza se conectaba para reanudar aquella batalla que había dejado inconclusa. Pero, ¿para qué era por lo que luchaba? La pregunta permanecía ahí, inalcanzable. Bastaron tres notificaciones más para olvidarla, y regresando a su juego, continuó así, consumiendo por décadas sin volver a hacer una pregunta más.
Me gustó mucho, Jenaro, da para una novela distópica 😉
Y el abuelo es un auténtico héroe, considerando las circunstancias.
Jenaro, me gusta mucho. Gracias por compartir, ya que no alcancé a escucharte en la FIL. Tu texto me lleva a un mundo extraño… y me deja intrigada. Me intriga el mundo del abuelo vivo y también, el mundo del abuelo muerto. Tu texto es sumamente profundo. Me encantaría leer la novela completa.
¡Genial! ¡Bravo! “Al igual que el abuelo, ya estaba harto de caminar sin rumbo, de consumir sin razón, de vivir sin hacer preguntas.”
No pares Jenaro, ¡dale!
Sería genial la respuesta de el hermano de Filic, ¿no? Mundo debería compartirla.
Abrazo.
Excelente, dista entre el surrealismo y la realidad… Felicidades
Me parece muy confrontativo que da para un análisis mucho mas profundo.
Me encantó tu manera de plantear la tragedia de la pérdida de nuestra capacidad de asombro, que si lo permitimos, nos minimiza ante la tecnología. La esperanza es que Filic todavía tenía lágrimas y podía sentir dolor. Eso será su salvación pues lo conserva humano pensante.
¡Genial! Me quedé picada! ¿Para cuando la novela completa? Felicidades
Excelente. Gracias por compartir.
Muchas gracias a todos por sus comentarios. Los aprecio mucho y me sirven para escribir más.
La historia está genial, muy bien desarrollada… Me encantó el final, me dejó con ganas de más… ¡Felicidades!